Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la posterior formación de los bloques capitalista y comunista, el escenario de la política internacional estuvo marcado por la llamada Guerra Fría.
El lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en 1945 había dejado claro la superioridad del armamento atómico estadounidense, pero la URSS no estaba dispuesta a quedar atrás en la carrera por las armas atómicas. En 1949 la Unión Soviética produjo su primera bomba atómica.
En plena carrera armamentística, ambos bloques comenzaron a desarrollar las primeras bombas termonucleares o «bombas H» basadas en la fusión de átomos. Estados Unidos realizó su primera prueba en noviembre de 1952, a la que la URSS contestaría el 12 de agosto de 1953 con el lanzamiento de su propia bomba en su base de pruebas de Kazajistán.
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