Atila, rey de los hunos, que en el siglo V fue protagonista de las primeras invasiones bárbaras del Imperio romano. Su figura se convertiría en leyenda merced a los innumerables relatos y crónicas que lo presentan como un símbolo del terror y la devastación.
Ciertamente, asoló el inmenso territorio del Imperio romano, destruyendo ciudades y pasando a cuchillo a sus habitantes, y creó un vasto imperio cuyos límites se extendían desde los Alpes y el mar Báltico, al oeste, hasta las proximidades del mar Caspio, en sus límites orientales.
Datos de la vida de Atila
441 Ataca la frontera del Danubio del Imperio romano de Oriente.
443 Efímero tratado de paz con los romanos.
445 Asesina a su hermano Bleda y se convierte en el único rey de los hunos.
451 Es derrotado por los ejércitos de Aecio.
453 En la noche de su boda, muere en su palacio de madera, a orillas del Danubio.
Aunque los historiadores no sostienen un criterio unívoco en relación al origen del pueblo huno, lo cierto es que los guerreros hunos, encabezados por Balamir, atravesaron el Volga y el Don y sometieron a alanos, hérulos, ostrogodos y sármatas.
A principios del siglo V superaron el escollo de los Cárpatos, ocupando las estepas del Danubio y sometiendo a gépidos, lombardos, rugios y esquiros. Posteriormente, se dividieron en varias hordas y muchos de ellos se incorporaron como mercenarios a las filas romanas.
En el 436, los hunos de Aecio participaron en la destrucción del primer reino burgundio. Y será Atila quien reunificará a las tribus hunas desde el Danubio hasta el Caspio para iniciar el saqueo del Imperio romano.
Primeras invasiones
Cuando Atila y su hermano Bleda alcanzaron el poder, el imperio huno se extendía sobre un inmenso territorio que abarcaba desde el Báltico hasta el Aral, y disponía de un impresionante ejército de 700.000 hombres, sedientos de sangre y riquezas.
Una vez eliminado Bleda —por orden del propio Atila, según algunos historiadores—, Atila decidió enviar a sus terribles jinetes contra los imperios romanos de Oriente y de Occidente, cuya civilización odiaba profundamente. Se iniciaron así las grandes invasiones bárbaras que destruirían el mundo antiguo.
La reacción romana no logró contener a las hordas de Atila, y Teodosio II el Joven nombró al rey huno general del imperio de Oriente, con una pensión anual de 700 libras de oro. Sin embargo, sabiéndose invencible, Atila impuso su dominio a todo el mundo bárbaro y decidió invadir el Imperio romano de Oriente, llegando hasta las Termópilas. El único recurso del emperador Teodosio para contener el avance de los hunos fue la firma de una paz vergonzante a través del Tratado de Margus.
El tributo de Atila se elevó a 1.000 libras de oro anuales, se le permitió el libre comercio en el Danubio y se le entregaron todos los bárbaros que se habían refugiado en el imperio, que Atila ordenó crucificar inmediatamente, haciendo honor a su sanguinaria reputación.
Atrás habían quedado los restos humeantes de las ciudades de Sárdica, Marcianópolis, Naiso, Batiaria, Sirmio y Nargo, situadas en una línea que ocupaba la frontera del Danubio. Atila se hacía acreedor a la justa fama que le había proporcionado el calificativo popular de «el flagelo de Dios».
Retrato idealizado de Atila, por Eugène Delacroix (1843-47).
Posteriormente, se dirigió hacia Constantinopla y derrotó a las principales fuerzas romanas orientales en una sucesión de batallas que le permitieron rodear la antigua Bizancio por el norte y el sur. Pero los dardos hunos resultaban inútiles contra los gruesos muros de la capital.
Atila se propuso, en consecuencia, aniquilar a las fuerzas romanas estacionadas en la península de Gallipoli. Obtuvo una nueva victoria, y, tras ella, la firma de un tratado de paz por el que se aumentaban a 2.100 las libras de oro que habría de recibir cada año de las arcas del Imperio. Los movimientos de Atila y sus temibles jinetes después de conseguida la paz no se conocen con exactitud.
Es una época en la que, ya desaparecido su hermano Bleda, lanza su segundo ataque contra el Imperio romano. Derrota a las fuerzas enemigas en el río Vit, pero sufre importantes pérdidas entre sus filas. Los hunos fueron atacados por un ejército comandado por Arnegisclo, que ya había sido derrotado varias veces por los hunos.
En la última y decisiva carga, el caballo de Arnegisclo resultó muerto y él continuó el combate a pie, muriendo finalmente como un héroe. Esta campaña resultó desastrosa para el imperio, ya que Atila arrasó unas setecientas poblaciones y llegó hasta los Balcanes. La conducta de los hunos en el curso de dichas campañas revela la diferencia que existía entre ellos y otros pueblos bárbaros con respecto a las relaciones con el mundo romano.
Los hunos, un pueblo de cultura fundamentalmente nómada, no eran agricultores, sino que basaban su economía en el pastoreo. La conquista no se orientaba, en su caso, hacia la adquisición de territorios que les permitieran el cultivo directo de la tierra, sino que la pretendían para que otros la cultivasen y les proporcionaran el producto de la explotación.
A cambio de dicha actitud claramente parasitaria, los hunos ofrecían la protección de su enorme poder militar. Para los romanos se presentaban como un pueblo en modo alguno asimilable y sólo susceptible de ser utilizado como fuerza militar y de policía. La siguiente campaña de Atila fue la invasión de la Galia en 451.
Las razones de esta invasión son oscuras, ya que, según se cree, en aquella época Atila mantenía buenas relaciones con el general romano Aecio. Su gran objetivo era la conquista del reino visigodo, un pueblo germánico que se había apoderado de diversas partes de ambos imperios romanos, y no tenía, aparentemente, intención de iniciar una guerra contra el emperador romano, Valentiniano III.
En la primavera de 450, Honoria, la hermana del emperador, le envió su anillo imperial a Atila, pidiéndole que acudiera a rescatarla de un matrimonio que había sido arreglado contra su voluntad. El mensajero enviado por Honoria era un eunuco llamado Jacinto, quien, además, portaba una gran suma de dinero como regalo personal de su ama al jefe huno.
Atila interpretó el mensaje como una promesa matrimonial y pensó que debía considerar a Honoria como su prometida. Pero el episodio fue descubierto por los romanos cuando Jacinto, detenido en la frontera al regreso, fue torturado y, antes de ser decapitado, lo reveló todo. Valentiniano III decidió entonces poner a Honoria bajo la custodia de su madre, Gala Placidia. Se ignora lo que pudo sucederle desde ese momento a la desdichada princesa.
Y aunque Atila sólo conocía a Honoria por las monedas de oro grabadas con su efigie estilizada, decidió avanzar hacia Occidente a comienzos del año 451. El avance de los hunos El avance de los hunos y sus aliados provocó de inmediato un terror indescriptible. El impresionante ejército de medio millón de hombres incluía a hérulos, rugios y turingios, a los que luego se sumaron gépidos y burgundios orientales mientras Atila progresaba hacia Tolosa.
De hecho, el ataque contra los visigodos no era más que una excusa, ya que Atila intentaba arrebatarle la Galia al Imperio romano, moviéndose con la imagen de Honoria en su norte, como una suerte de ideal femenino inalcanzable para él. Los visigodos estaban resignados a resistir solos el ataque de los hunos, y su rey, Teodorico, había preparado su ejército para una confrontación inevitable.
Es en ese momento cuando Atila revela sus verdaderas intenciones, reclamando a Honoria como esposa y exigiendo la entrega de la mitad del Imperio romano de Occidente como dote. Esta circunstancia provoca una situación paradójica, ya que Aecio, el general romano aliado de Atila contra Teodorico, une sus fuerzas a los visigodos para defender el imperio.
Numerosas leyendas rodean la campaña que siguió a esta extraña alianza, pero lo cierto es que los hunos continuaban su avance como si nada pudiese detenerles, arrasando ciudades de Bélgica y la Galia ante la impotencia de sus defensores. Atila estuvo a punto de ocupar la ciudad de Orleans antes de que llegasen los aliados, un ejército heterogéneo y difícil de controlar, al mando de Aecio, pero después de haber entrado en la misma, romanos y visigodos le obligaron a retirarse.
En Orleans, los hunos se encontraron con una forma de combatir que les resultaba inédita: los habitantes luchaban casa por casa y, en las estrechas calles, tendían emboscadas que causaron numerosas bajas a los invasores. Ante la adversidad, Atila se retiró al modo tradicional de los guerreros nómadas y se preparó para un enfrentamiento decisivo en los Campos Cataláunicos, en la región de la Champagne.
La batalla concluyó con la primera y única derrota de Atila, y la muerte de Teodorico, que, derribado de su cabalgadura, fue pisoteado por sus propios soldados. La derrota de Atila fue tan completa, que él mismo quedó aislado del resto de sus guerreros y esperó el asalto final, acompañado de sus mujeres, sobre una pira de sillas de montar: estaba dispuesto a morir entre las llamas de una hoguera encendida con sus propias manos. Aecio, sin embargo, le permitió huir, pensando sin duda en futuras y convenientes alianzas con los hunos.
Invasión de los Hunos
En 452, Atila invade Italia y saquea numerosas ciudades, incluyendo Padua, Verona, Brescia, Bérgamo y Milán, sin que Aecio pueda hacer nada para impedirlo. Pero aquel año Italia sufría una terrible epidemia de hambre y peste y los hunos se retiraron sin haber cruzado los Apeninos.
La campaña resultó infructuosa para sus arcas, ya que no existe ninguna crónica que haga referencia a tributos pagados por el imperio, pero costó miles de muertos y decenas de ciudades arrasadas. Sin embargo.
Atila se preparaba para atacar definitivamente el Imperio romano de Oriente con la intención de reducir a sus súbditos a la esclavitud. Y uno de los motivos pudo haber sido la noticia de que Honoria había sido enviada a los territorios del imperio de Oriente. El amor de Atila por Honoria no impidió al rey huno añadir una nueva esposa a su colección de mujeres.
La joven se llamaba Ildegunda o Ildico y era muy bella. Las bodas se celebraron con un gran banquete en el que todos bebieron y comieron desenfrenadamente. Luego Atila e Ildegunda se retiraron a sus aposentos. Al día siguiente, ante la tardanza de Atila, sus servidores se decidieron a entrar en sus aposentos y le encontraron muerto. Ildegunda, cubierta con el velo nupcial, lloraba en silencio a su lado.
Durante la noche, «el flagelo de Dios», el terrible huno había muerto asfixiado por la sangre de una hemorragia nasal. A pesar de esa imagen aterradora, Atila fue un juez íntegro para sus gentes. Llevó una vida muy sencilla y supo rodearse de escribas griegos, latinos y germanos, aunque él era de religión chamánica, supersticioso y crédulo. A su muerte, su imperio se descompuso rápidamente.
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